Biografía Lectora de Mabel Urrutia
El primer libro que leí sola, sin ayuda de un adulto, fue el Cuento de La Lechera. Fui la primera en leer en mi clase y este libro me lo regalaron en un cumpleaños. Me lo habían leído muchas veces, pero no puedo olvidar lo que sentí cuando lo leí sola por primera vez, fue como si las palabras tuvieran otro significado.
Mi profesora de básica me apuntó en el Club de Lectura de la escuela y fue fascinante ver estanterías llenas de libros, libros grandes que tenían ilustraciones maravillosas. Como integrante del Club de Lectura podía pedir prestados libros y llevármelos a mi casa. El primer libro que leí fue: Alicia en el país de las Maravillas. Era el primer libro grande que leía, así que fue todo un desafío. Mientras lo leía, me contagié de paperas, así que las escenas de Alicia iban a la par con mi fiebre durante esa semana; sin embargo, estuve contenta de haber pedido un libro tan largo que me sirvió de compañía esa semana que falté a la escuela.
Mi adolescencia estuvo marcada por Julio Verne: 20.000 leguas de viaje submarino y Miguel Strogoff fueron mis libros favoritos del autor, aunque leí muchos más de Verne. La inspiración científica de Verne se mezclaba con la creatividad artística de sus letras: una combinación que no he descubierto en otros autores y que me identifica plenamente.
Estas lecturas me llevaron a estudiar Pedagogía en Castellano. La cantidad de libros y teorías sobre los libros me hizo valorar aún más mi carrera y vocación docente. Descubrir a Manuel Puig, las entrañas de la Mistral, de García Lorca y Jorge Tellier fue estremecedor, pero también leer a Elicura Chihuailaf, El amor en los tiempos del Cólera más que Cien años de Soledad y Luis Sepúlveda. Dostowiesky fue un puente entre la media y la Universidad siempre hurgando en los límites.
Después de terminar mi carrera, me especialicé en algo muy distinto: Neurociencias. Siempre he creído que Julio Verne fue un poco responsable de esta decisión; pero la literatura me ha seguido acompañando con Antonio Gamoneda, Paul Celan, Sandor Marai, Haruki Murakami y el inigualable Roberto Bolaño, quien con sus innumerables hipótesis acerca de sus interminables historias, me ayuda a crear universos paralelos propios de los diseños experimentales que tanto me empeño en enseñar a mis alumnos de postgrado, actualmente.
Me falta tiempo para leer literatura, he tenido que cambiar los libros por artículos científicos en inglés o mamotretos de Neurociencias para entender cómo aprende el cerebro. Me fascina la neurociencia y saber qué pasa en el cerebro cuando leemos es cumplir el sueño de mis 11 años cuando quería tener un dispositivo para leer la mente. Ese dispositivo ahora es un equipo electroencefalógrafo que permite hacer hyperscanning entre cuatro estudiantes y aunque no lee la mente, intenta descifrar la sincronía de un cerebro con otro cuando lee un texto de su preferencia.
Aun así, a veces me tomo un descanso y vuelvo a las historietas de Mafalda o del Gran Calvin y Hobbes y cuando tengo un día triste, abro el libro mágico de Benedetti (siempre con la mano izquierda) para ver qué me dice o cómo predice mi futuro ¡Siempre acierta!.